Siempre nos quedará Casablanca
- luis felipe rodriguez jimenez
- 8 dic 2020
- 2 Min. de lectura
Por Pablo Zapata
La frase “siempre nos quedará París” debe ser una de las más emblemáticas del cine cuando se trata de recordar a alguien que ya no está físicamente. Por eso, hablar de Casablanca es hablar de un clásico inolvidable, imperdible, incansable, que nos enseña que siempre habrá un lugar en la memoria para recordar y volver a ser feliz. El pasar de los años solo ha hecho que la elogiada relevancia del film sea incluso mayor. Verla es una necesidad para los amantes del cine.

Casablanca es sin duda una obra consagrada, intocable, de la cual ya se ha dicho todo y se ha criticado hasta el mínimo aspecto. Refutar su importancia sería sacrílego. Este melodrama que viven dos amantes – a los que el destino reúne en un bar de Marruecos luego de una dolorosa separación- debe ser una de las historias más románticas del cine. Los besos y abrazos, tan característicos de este género, son innecesarios para demostrar el amor que existe entre Ilsa (Ingrid Bergman) y Rick (Humphrey Bogart). Tampoco hace falta decir que, la energía de sus dos protagonistas, llena de fuerza el fotograma y transmite dolor y pasión al mismo tiempo.

El film es fiel expresión del gran trabajo de Curtiz como director. Su obra se ve favorecida por el blanco y negro de la época, con algunos toques expresionistas. La iluminación y el uso de sombras son perfectos para el dramatismo de la historia. El guion y la banda sonora son insuperables. La combinación de estos elementos hace inolvidable la película de Curtiz.
La atmósfera que logra el film, merece líneas aparte. El devenir de los personajes, la eterna soledad del protagonista y sus grandes dudas en torno al amor, convierten a Casablanca en una hermosa muestra del valor de la amistad, ya que su esencia radica en que el amor no es poseer ni ser siempre correspondido. Y que el recuerdo siempre será el mayor tesoro que tendremos y que nos llevaremos con nosotros mismos.
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